viernes, 1 de febrero de 2008

La clase

Un profesor de filosofía preguntó a sus alumnos si estaban a favor o en contra de la pena de muerte. La clase se dividió en 2 grupos: los que estaban a favor y los que no. El profesor anunció que a la semana siguiente cada grupo debía exponer, argumentar y debatir su postura para tratar de convencer de su error a los miembros del otro grupo.

Durante dicha semana cada grupo se preparó a conciencia. Nombraron vocales, documentalistas y representantes. Recogieron información, prepararon argumentos y ensayaron sus respectivas intervenciones. Todos querían convencer como fuera al otro grupo de lo equivocados que estaban.

Llegó el día de la confrontación. Ambos grupos defendieron sus posturas y contradijeron la contraria. El debate fue apasionado y el profesor tuvo que poner orden en alguna ocasión. Al finalizar la clase, les pasó un cuestionario, preguntándoles si alguno había cambiado de opinión o, al menos, le habían surgido dudas al respecto. La respuesta fue unánime: todos seguían con la misma opinión que al principio.

En la siguiente clase, el profesor propuso a los 2 grupos algo muy extraño: debían intercambiar sus posiciones y cada grupo defender y apoyar la opinión contraria. Les prometió, que el grupo que lograra mejorar el trabajo que había hecho el contrario, conseguiría un 10 en la asignatura.

A la semana siguiente, el profesor fue testigo de uno de los mejores debates que había presenciado en toda su vida. La argumentación en ambos casos era incuestionable. Las exposiciones eran claras y contundentes. El debate fue, igualmente apasionado y convincente.

Al finalizar, el profesor les pasó el mismo cuestionario. En aquella ocasión, la mayoría confesó que empezaban a albergar dudas de sus propias convicciones al respecto del tema. He, incluso, algunos tuvieron que admitir que habían cambiado de opinión.